El revés del exilio
Mirar nuevamente lo mirado

Alicia Torres, Brecha, 23/12/2016

Hace dieciséis años reseñé, en estas páginas, la novela Río Escondido, de Sergio Altesor, ganadora del premio Posdata en el 2000.[i] Sostuve, entonces, que en esa novela inaugural, como en los cinco libros de poesía que el autor llevaba publicados, se reafirmaba el referente biográfico que hacía posible el diálogo de acontecimientos reales –prisión política del autor, exilio en Suecia, viajes por distintas ciudades latinoamericanas y europeas, su actividad como artista plástico– con la más pura invención y un celoso trabajo con el lenguaje. Hoy puedo dedicar las mismas palabras a la novela Taxi, también protagonizada por Pedro Fontana, laxo álter ego del autor, que si ya no viaja por la selva nicaragüense de Río Escondido, ni busca insertarse en una pequeña comunidad en medio de las conmociones propias de la experiencia revolucionaria, sí vuelve a Estocolmo y desde allí reconstruye los lazos que lo unieron a varios personajes con los que compartió aquella primera trama.  

Una diferencia considerable tiene que ver con las estrategias elegidas para diseñar las estructuras narrativas de las dos novelas. Las páginas de Río Escondido fluían sin puntos y aparte, capítulos o cualquier modalidad de pausa. Para escribir Taxi, Altesor tuvo en cuenta el uso ficcional del diario íntimo, donde la datación requiere del fragmento y la interrupción. La primera entrada corresponde al 28 de octubre y la última al 31 de diciembre, el año no se explicita pero los sucesos narrados persuaden como próximos. Altesor intercala imágenes fotográficas –como Sebald y otros escritores– que si bien no cumplen un cometido determinante en la narración, salpican el cuerpo de la escritura y actúan como pasajes visuales de lugares transitados por el protagonista. Cruzándose con descripciones de madurado detalle –rasgo característico de su estilo– las fotos en blanco y negro ilustran un trasfondo emocional capaz de expresar contenidos estéticos y existenciales.

En la novela conviven niveles de narración que anulan tiempo y distancias. Mirar hacia el pasado permite a Fontana continuar el relato de una historia nómade y circunstancial que gira en torno a experiencias de inestabilidad emocional y reencuentro con los orígenes. Deportado a Suecia durante la dictadura cívico-militar, permaneció allí quince años y siguió a Centroamérica, viajó a nuevos países, llegó a Montevideo y en el presente de la narración, quince años después de haber dejado Estocolmo, regresa y sus recuerdos no coinciden con lo que ve: “todo está igual pero todo ha cambiado”. La mirada de aquel hombre joven que debió reaprender a vivir en libertad en un país extraño, y la mirada actual del adulto ensimismado que parece no sentirse bien en lugar alguno, hablan de una subjetividad crispada y una pasión conmovedora. Para narrar la percepción, Fontana necesita el referente exterior, encontrar signos familiares del lugar en que vivió parte de su vida. Mientras describe, reflexiona, y la bella prosa poética del autor se impregna de melancolía.


Referir el mundo  
Nacido en Montevideo en 1951, Altesor publicó tempranamente en las revistas Los huevos del Plata y El lagrimal trifurca. En Suecia, estudió en el University College of Arts, Crafts and Design, fue docente de dibujo experimental y grabado en la escuela de arte Konstskolan y mantuvo una intensa actividad como artista plástico. Al mismo tiempo, estudió en el Instituto de Lenguas Románicas de la Universidad de Estocolmo y publicó libros en español y en sueco. En Montevideo obtuvo importantes premios literarios.  

Pedro Fontana es un artista plástico que estudió en la Academia de Estocolmo pero alude a su “pobre y fracasada vida de artista profesional”. El título de la novela se debe a que gran parte transcurre dentro del taxi en el que empieza a trabajar apenas vuelve a la ciudad. Ha instalado cámaras de video y un grabador para registrar clandestinamente a los pasajeros, pretextando un oscuro proyecto de arte conceptual que habilita reflexiones estéticas. En otro espacio, más clásico, analiza los grabados del Nationalmuseum y a Rembrandt.

En busca de material para su novela, Altesor trabajó  un corto tiempo como taxista. Imposible no pensar en otro Taxi, el de Jafar Panahi, amalgama de documental y ficción donde el director iraní es el taxista que graba a los pasajeros mientras retrata a Teherán. El recurso rinde y hay más ejemplos. Todos buscan la singularidad que los distinga.

En la novela, cada desplazamiento genera una fábula autónoma que funciona en la cadena narrativa y pone a prueba la capacidad de la literatura para referir el mundo. ¿Qué busca, en realidad, Pedro Fontana?, ¿una experiencia artística?, ¿mostrar los nuevos tiempos de Suecia a través de sus pasajeros?, ¿recuperar piezas perdidas de su memoria? La clave parece estar en el encuentro consigo mismo, o por lo menos en su búsqueda.

En cada traslado vuelve a ver sitios que conoció y descubre otros: el paisaje de las islas, los atracaderos de barcos y barcazas de madera, antiguas casas color ocre, edificios funcionales, parques verdes que las primeras nevadas salpican de blanco. Todo está igual pero rediseñado para albergar a un nuevo tipo de ciudadano, narcisista y fiel al modelo neoliberal.

 Las cámaras graban a clientes apurados o indiferentes, lascivos, drogadictos, alcohólicos, xenófobos, como cuando Fontana equivoca la ruta y es agredido, sin distinción, como inmigrante y ladrón. Hay discusiones fuertes, abandonos del coche, amenazas, corridas. Muy cinematográfico.


Ideas asociadas
Instalado el tópico del viaje y el subterfugio de la fuga, el texto reverbera y Fontana, siempre en movimiento, conduzca el taxi o camine, representa la figura del voyeur,  que además es extranjero. En su diario, Estocolmo reordena el laberinto caótico de la memoria, no solo anota lo que hace durante el día, sino cada uno de sus pensamientos, que pueden transportarlo a su adolescencia o a los orígenes del mundo escandinavo, a los trabajos del exilio, las mujeres que amó, el libro que un amigo publicó y Taxi replica en juego ubicuo de cajas chinas. Rescata, también, las filas de taxistas serbios, bosnios y croatas indocumentados, la mentira piadosa capaz de sostener al hijo del traidor, el recuerdo improbable de la madre.

Unas imágenes llevan a otras, porque en la novela la asociación de ideas es recurrente, así evoca el viejo vagón en el que estuvo confinado. Su mirada es la de un preso que, además es pintor, y desde esa perspectiva representa la crueldad y el aislamiento. Reconoce, a la vez, que “en los intersticios de ese mundo extremo borboteaba el humor”. Cuando narra, con gran acierto, episodios humorísticos, el lector ríe y a la vez siente extrañeza, porque no está acostumbrado al humor en la literatura carcelaria uruguaya. Si bien Taxi no es una novela “de la cárcel”, porque el tema es uno más en el conjunto, los juegos de la imaginación de los presos constituyen un punto alto. El narrador indaga de dónde pudo sacar “aquellas ganas locas” de divertirse, y recuerda que con poco más de veinte años pensaba: “o la pasamos bien o nos morimos”. En su imaginación, los presos dramatizan salidas de sábado a la noche, “íbamos al boliche a jugar al truco, a un torneo de ajedrez, a un programa de preguntas y respuestas, o asistíamos a un recital”. Si, como se ha dicho, para el preso todo ocurre en la imaginación, allí estaría el origen de una sensibilidad del mundo basada en imágenes, recurso mental desarrollado en la cárcel que ayuda a Fontana a sobrellevar esos años y carga de significado su mirada.

Altesor pertenece a la llamada “generación de los suecos”, que integraron, entre otros, Ana Luisa Valdés, Roberto Mascaró, Carlos Liscano, María Gianelli y Leonardo Rossiello. Por momentos, Taxi asoma como un homenaje a Suecia. No solo por la belleza de los lugares que describe o la petit histoire que le dedica. Construye personajes intensos, como el desdichado hijo del traidor, o un sueco veterano y solidario que habla con pasión del fin de una época y de un país, del triunfo de la derecha en la batalla ideológica, y del sermón de la libre competencia que cooptó adherentes en la social democracia. Habla, también, de la imagen idealizada que muchos suecos tenían de los presos políticos.

Diario íntimo, filmación, audio, fotografía, intertexto, los materiales del proyecto artístico que deviene novela funcionan como huellas sobre las que ficcionalizar lo ausente y organizar, desde el arte, una nueva mirada.





[i] “Búsqueda y movimiento. El vocablo es el viaje”, Brecha 29.IX.2000.