el extranjero



Gabriel Peveroni, Caras y Caretas, 10/6/2016


Sergio Altesor hizo y rehizo su vida varias veces. Vivió una lejana infancia y adolescencia en Montevideo, luego vinieron varios años de cárcel durante la dictadura, la deportación a Estocolmo, un breve pasaje por la selva nicaragüense, nuevamente Estocolmo, un regreso a Montevideo a fines de los años noventa, un nuevo exilio en Malmö, hacia el año 2001, y una vuelta posiblemente definitiva a Uruguay para afincarse en la Ciudad de la Costa. Ha publicado varios libros de poesía, el último de ellos en 2012 con el significativo título El sur y el norte, ganador del Premio Nacional de Literatura que otorga el MEC, y desarrolló una intensa carrera como artista visual, sobre todo en los años ochenta en Estocolmo. Escribe, además, narrativa. Taxi es su segunda novela, publicada dieciséis años después que la primera, Río Escondido.

Taxi es una novela protagonizada por un hombre que hizo y rehízo su vida varias veces, un sudamericano llamado Pedro Fontana que vuelve a Estocolmo con el propósito de manejar un taxi una pequeña temporada, durante los meses de invierno, y así ajustar cuentas con su memoria personal a través de recorridos que van enlazando momentos de ficción, de autobiografía y una sugerente capa documental en la que se registran algunos de los viajes que el propio Sergio Altesor realizó, en Estocolmo, en una pequeña temporada que trabajó de taxista para recopilar material para una novela a la que llamaría Taxi.

La novela se encadena en la forma de un diario personal, entre el 28 de noviembre y el 31 de diciembre del mismo año. Es un juego perfecto, tanto para el escritor como para el lector. Una estructura simple que permite al lector deslizarse con extrema comodidad, con la curiosidad de quien espía un diario de viaje, confesional, en el que se alternan relatos autónomos de una gran densidad narrativa y emocional: historias de amor y desamor, la pesada carga del exilio político y las marcas de la cárcel, contrapuntos entre distintos tiempos de las sucesivas 'patrias' o territorios emocionales que habita.

Pero, y lo más significativo, es que Taxi aparece como una construcción literaria ideal para que Altesor desarrolle un homenaje a Estocolmo, la ciudad que lo recibió en el año 1976 como refugiado político. Lo hace en la figura de un taxista veterano, conocedor de una ciudad diferente a la que conoció y vivió entre los años setenta y noventa. Porque muchas cosas han cambiado. Y no solamente en asuntos relativos al paisaje urbano, también en la evidencia de una fuerte crítica a una sociedad que abandonó hace rato la utopía del socialismo democrático por un neoliberalismo feroz.

El taxista conserva la mirada del otro, del que ya no tiene una patria a la que volver, lo que le permite observar y ser minucioso en detalles que suelen pasar desapercibidos y que un conductor atento es capaz de notar en cada uno de sus viajes. Esa mirada, en definitiva la de Sergio Altesor a través del protagonista Pedro Fontana, es el gran punto fuerte de la novela. Es el extranjero que mira, que escucha, que experimenta el presente con la circunstancia de no ser parte, punto de vista que engarza con precisión con el tono paralelo del exiliado, el que vive varias vidas y es capaz de yuxtaponerlas en los recorridos de un taxi, a los que se suman los menos azarosos recorridos por la memoria. En el relato se encadenan numerosos personajes, entre ellos algunos colegas, como el veterano que le detalla con una buena dosis de resignación la traición de dirigentes políticos y sindicales de la vieja izquierda sueca. Se suman numerosos clientes, sobre todo los que no pasan desapercibidos por sus buenas o malas maneras, o bien por monólogos neuróticos o derivaciones del viaje que resultan muy atractivas para el relato.

El gran personaje de Taxi es -y de ello no hay duda- Estocolmo, extendida como una selva urbana que reordena el caos de la memoria y que de alguna manera se encadena con la selva de Río Escondido, la primera novela de Altesor, aunque aquella se le haya vuelto inapresable al personaje Fontana, a la hora de pretender describirla en imágenes o palabras: "En la selva (...) no existía ningún horizonte, ningún frente ni fondo, ninguna perspectiva, nada. Sólo caos y movimiento. Pero decir que en ella no había estructura y definirla como un caos era sin duda demasiado simple y era todavía parte de la esclavitud que Fontana tenía hacia la lógica. Porque a pesar de todo se podía adivinar allí la existencia de un orden, si bien se trataba de un orden irracional y nuevo; o mejor dicho, de un orden muy viejo que contenía la dinámica y la fuerza de un tiempo anterior al hombre y a su sentido del orden".

Por todo ello es muy interesante el recurso del diario y muy especialmente la inclusión de una cámara dentro del taxi que registra las conversaciones, herramienta que Altesor trae -sin mayores explicaciones- de la práctica, o bien de su imaginario, como artista visual. Este plano documental le agrega otra capa a la novela, que más allá de servirle al narrador para encontrar un orden en un presente que se le escabulle entre viaje y viaje, se complementa con la inclusión de una serie de fotografías que el autor decide publicar en algunos pasajes de la novela. Las fotografías de Estocolmo, de lugares por los que la novela transita, le permiten al lector diluir aún más la frontera entre ficción y autobiografía, llevando el registro a un borde de agradable complicidad con lo que se está leyendo y amortigua la sensación de fragmentos dispersos propia de un diario.

Sergio Altesor integra un posible grupo de uruguayos que vivieron el exilio político en Suecia y desarrollan una intensa carrera en el mundo de las letras. Roberto Mascaró, Hebert Abimorad y el propio Altesor, se mueven sobre todo en el campo de la poesía. Pero hay una particularidad en la más reciente narrativa de Carlos Liscano y en la de Fernando Butazzoni, otros dos "uruguayos-suecos", que se imbrica con esta poderosa novela Taxi, de Altesor, y tiene que ver con el carácter fuertemente autobiográfico y con la necesidad de escribir sobre la memoria personal y emocional de sus respectivas peripecias como presos políticos y luego exiliados. En el caso de Altesor, como ya lo hiciera en Río Escondido, desde una escritura más aluvional y abigarrada que la transparencia y sobriedad que maneja en Taxi, se distingue una mirada exenta de los extrañamientos del exiliado, lo que lleva a definirlo como un relator más cercano a la sentencia del teólogo Hugo de San Víctor sobre la condición del viajero: "El hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno principiante; aquel para quien cada suelo es como el suyo propio ya es fuerte; pero solo alcanza la plenitud aquel para quien el mundo entero es como un país extranjero".


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